Vivo sola, soy profesora de Secundaria y estudio Dirección Escénica. Así, un poco por poner el contexto. Cuando empezó esto estaba en mi último curso, haciendo la obra final de carrera. No tenía tiempo ni espacio, espacio mental, para pensar en otra cosa.
Empecé a escuchar noticias de Italia en febrero y pensé —porque esto ya me ha ocurrido varias veces en mi vida, mi hija se ríe mucho de esto— que llegaría aquí el virus, cerrarían la escuela, y no habría obra. Yo no soy gafe para la vida diaria, pero sí que con cosas así, grandes, me ha pasado. De hecho en tercero, que también llevábamos una obra a teatro, el día del estreno hubo una avería de iluminación en la calle y ninguno pudimos estrenar. Nunca había pasado antes en el teatro de la escuela. De hecho, creo que esto incluso lo pensé antes de lo de Italia, cuando empezaron los casos en China.
Y ha habido más casos en los que he creído que era gafe. En el 85 yo estaba en Sevilla haciendo un curso maravilloso de Literatura Fantástica, con Borges, Torrente Ballester, Italo Calvino…. Yo en los ochenta era así como ochentera. En fin, yo era peculiar. Y unos reporteros se acercaron a hablar conmigo, que querían hacer un reportaje sobre la visión de un alumno sobre el curso, que se habían fijado en mí, que si me importaba. Y claro, yo por aquel entonces quería ser famosa. Así que no me importaba. Me dijeron que el reportaje iba a salir en El País Semanal. Los fotógrafos me seguían a todas partes. Yo me levantaba por la mañana y ya estaban ellos esperándome. Haciéndome fotos. Yo ya veía mi futuro cambiado. Y de repente, el miércoles llega la noticia: Paquirri ha tenido una cogida en Córdoba y se ha muerto. Lo traen a Sevilla para el entierro el viernes. Los fotógrafos desaparecieron. Tal como estaban pegados a mí se fueron y no volvieron nunca más, porque claro, lo que fue aquello, el día del entierro de Paquirri en Sevilla, fue algo fuera de lo normal. Yo no he visto tanta gente junta en mi vida. Tanto drama. La ciudad entera de funeral. Se acabó mi reportaje, se acabó mi carrera de famosa.
Bueno, pues cuando oí lo de Italia en febrero pensé: esto llega aquí y no se puede estrenar la obra. Se lo dije a mis compañeros, que me miraron como si yo estuviera loca.
La obra. Mulholland Drive. El proyecto fin de carrera. Un proyecto que tenía en mi cabeza desde que estaba en primero. Veintisiete actores en escena, música en directo, una historia difícil. Qué locura. Antes de empezar los ensayos, en verano, con todo el trabajo de mesa ya hecho, tuve muchas dudas, resumidas fundamentalmente en la frase ¿para qué me habré metido en este lío? Con el ensayo de la primera escena, las dudas se fueron. La obra era lo que yo había imaginado. Y no siempre pasa eso. El proceso fue absorbente. Y aunque las cosas iban bien, pasó de todo, un sofoco tras otro. Hubo un momento en que dije: cuando acabe esto voy a parar y no voy a dirigir teatro en un tiempo. No voy a dirigir a actores, quería decir. Curiosamente fue terminarlo y querer hacer teatro otra vez.
Así que por entonces nadie le daba importancia a esto del virus y, sobre todo, yo no se la daba. Ni ninguno de mis veintisiete actores, porque estábamos tan metidos que no podíamos pensar en ninguna otra cosa. El estreno era el jueves 12 de marzo, con lo que las semanas previas eso era todo en lo que yo pensaba: escenografía, iluminación, equipo técnico… Ahí todavía estábamos todos abrazándonos, dándonos besos. La sombra del gafe parecía haberse disipado. El martes en el ensayo técnico empecé a sentir que algo iba a pasar, que la cosa se había puesto seria. Como dije al principio, vivo sola. Mi hija vive en Madrid. Iba a venirse el fin de semana para ver la obra. Tenía entradas para el sábado. Cualquiera que haya estado en un ensayo técnico sabe el estrés y el desastre que supone. Es la primera vez que la obra se hace en el espacio teatral, la primera vez que los técnicos añaden luces, sonido. Había que ajustarlo todo, parar, seguir, volver a parar. Y yo, bolígrafo en mano, apuntando todo lo que había que solucionar para el ensayo general del día siguiente, que, como todo ensayo general, sale inexplicablemente bien. En una de esas del ensayo técnico, no sé ni cómo, miré el móvil. Ahí empezó la alarma. Mi hija es bastante independiente, pero de pronto había varios mensajes inquietantes y audios. No sé ni cómo, mientras el ensayo seguía, oí los audios. La situación en Madrid estaba complicada, habían cerrado escuelas y universidades, había rumores de confinamiento, iba a adelantar su venida. Así que el ensayo seguía y yo, la verdad, no podía poner toda la atención, y le escribía mientras que se viniera lo antes posible. Nosotros, los de Mulholland, todavía seguíamos dándonos abrazos. Algunos amigos me escribían preguntándome si íbamos a estrenar. Claro, por qué no íbamos a estrenar. No quería entender. A mi hija, a su padre, les conseguí nuevas entradas para el estreno. No sé, por si acaso. Algunas amigas me escribieron disculpando su asistencia, por motivos diversos. Me lo tomé muy a mal.
Estrenamos el jueves. Fue una representación muy especial porque ya todos los actores se daban cuenta, aunque nadie lo decía, de que no iba a haber más funciones, que viernes, sábado y domingo no podrían ya actuar. Al terminar nos despedimos. Dejaron sus cosas en los camerinos como diciendo «sí, sí, vamos a volver mañana», pero me decían «bueno, avísanos con lo que sea». Efectivamente, por la mañana me avisó la directora del centro de que no iba a haber más funciones, y esa tarde fuimos a recoger la escenografía, todo… Ahora estoy llorando no sé por qué, pero en el momento, con toda la pena que fue todo, como que no me importaba, porque la situación era tan extraña que mi problema era lo de menos. Como yo hay mucha gente a la que se le ha arruinado todo. Y al final es lo de menos, hay mucha gente que se ha muerto. El viernes, mientras desmontábamos la escenografía y recogíamos, yo aún no tenía miedo. No había tenido tiempo de pensar. El miedo fue viniendo después.
A partir de ahí, el confinamiento. Todos sabíamos que serían más de quince días, aunque tampoco imaginábamos todo el tiempo que estaríamos. Al principio fue muy extraño. Una pandemia, un confinamiento, algo que nunca habíamos vivido, algo histórico. A mí me encanta estar en mi casa, pero era extraño. Llevo cuatro años saliendo a las ocho de la mañana y regresando después de las diez de la noche. Al terminar la obra, iba a tener muchas horas libres cada tarde. Muchas veces, mientras iba en coche para la escuela, hacía mentalmente una lista de todas las cosas que iba a hacer entonces: ir a nadar casi a diario, apuntarme a yoga, visitar todos los museos y exposiciones… Ahora no podía hacer nada de eso. Bueno, estaba con mi hija. Creo que si hubiera estado sola, me habría vuelto un poco loca. Al principio, cuando todo era tan raro, me sentía mal por ella, me sentía algo culpable porque se había venido para ver mi obra y ya no había podido volver. Yo creía que a ella le estaba afectando mucho la cuarentena, pero que no lo quería decir para no preocuparme. A veces notaba que no estaba bien. Y también me daba cuenta de que era por mi culpa. Estoy siempre dando malas noticias, del tipo no sé cuántos muertos. Sí, al principio todo era raro, sorprendente, y luego dejó de serlo. Yo pensé primero que todo iba a cambiar muchísimo en mi vida. Había hecho una lista, otra, de cosas que iba a hacer cuando el confinamiento terminara: abrazar a todos mis amigos y conocidos cada vez que me cruzara con ellos —soy de muy pocos besos y abrazos—, apuntarme a un montón de cursos de teatro y cine, llenar mi casa de amigos, hacer una fiesta en mi casa post Mulholland, organizar una fiesta de Nochevieja, y mil cosas por el estilo. Entonces no sabíamos nada de la nueva normalidad, de las mascarillas y la distancia. Todo eso tendrá que esperar. ¿Ahora qué ilusión hay? Yo no quiero ni salir a la calle. Estoy muy asustada. Soy factor de riesgo. También creo que las relaciones van a cambiar. Ahora, cuando veo una película me dan ganas de decirles «Eeeeh, ¡separaos!». Pienso que se me va a quedar fobia social. Adiós a los abrazos. Y no sé si va a ser lo mismo incluso con vacuna, si estaremos pensando ya si habrá otro virus acechando. Al principio del confinamiento todo el mundo hablaba en las redes de cómo saldríamos de ésta siendo mejores personas. Yo no lo creía, y ya lo hemos visto. Cuando esto acabe vamos a volver a lo de antes. La importancia que damos a las cosas volverá al sitio de antes.
He pasado casi cuatro meses con mi hija, más tiempo juntas incluso que cuando era pequeña. Nos hemos reído mucho. Los vecinos nos han golpeado la pared por las noches, porque nos estábamos riendo a las dos de la mañana. Les hemos puesto nombre a algunas moscas y hemos descubierto que cada una tiene su personalidad. El tiempo era diferente. Una época rara. A veces me da hasta pena que no vaya a volver.
Comentarios recientes