04
Ago
20

MONÓLOGO DE LA PANDEMIA

Vivo sola, soy profesora de Secundaria y estudio Dirección Escénica. Así, un poco por poner el contexto. Cuando empezó esto estaba en mi último curso, haciendo la obra final de carrera. No tenía tiempo ni espacio, espacio mental, para pensar en otra cosa.

Empecé a escuchar noticias de Italia en febrero y pensé —porque esto ya me ha ocurrido varias veces en mi vida, mi hija se ríe mucho de esto— que llegaría aquí el virus, cerrarían la escuela, y no habría obra. Yo no soy gafe para la vida diaria, pero sí que con cosas así, grandes, me ha pasado. De hecho en tercero, que también llevábamos una obra a teatro, el día del estreno hubo una avería de iluminación en la calle y ninguno pudimos estrenar. Nunca había pasado antes en el teatro de la escuela. De hecho, creo que esto incluso lo pensé antes de lo de Italia, cuando empezaron los casos en China.

Y ha habido más casos en los que he creído que era gafe. En el 85 yo estaba en Sevilla haciendo un curso maravilloso de Literatura Fantástica, con Borges, Torrente Ballester, Italo Calvino…. Yo en los ochenta era así como ochentera. En fin, yo era peculiar. Y unos reporteros se acercaron a hablar conmigo, que querían hacer un reportaje sobre la visión de un alumno sobre el curso, que se habían fijado en mí, que si me importaba. Y claro, yo por aquel entonces quería ser famosa. Así que no me importaba. Me dijeron que el reportaje iba a salir en El País Semanal. Los fotógrafos me seguían a todas partes. Yo me levantaba por la mañana y ya estaban ellos esperándome. Haciéndome fotos. Yo ya veía mi futuro cambiado. Y de repente, el miércoles llega la noticia: Paquirri ha tenido una cogida en Córdoba y se ha muerto. Lo traen a Sevilla para el entierro el viernes. Los fotógrafos desaparecieron. Tal como estaban pegados a mí se fueron y no volvieron nunca más, porque claro, lo que fue aquello, el día del entierro de Paquirri en Sevilla, fue algo fuera de lo normal. Yo no he visto tanta gente junta en mi vida. Tanto drama. La ciudad entera de funeral. Se acabó mi reportaje, se acabó mi carrera de famosa.

Bueno, pues cuando oí lo de Italia en febrero pensé: esto llega aquí y no se puede estrenar la obra. Se lo dije a mis compañeros, que me miraron como si yo estuviera loca.

La obra. Mulholland Drive. El proyecto fin de carrera. Un proyecto que tenía en mi cabeza desde que estaba en primero. Veintisiete actores en escena, música en directo, una historia difícil. Qué locura. Antes de empezar los ensayos, en verano, con todo el trabajo de mesa ya hecho, tuve muchas dudas, resumidas fundamentalmente en la frase ¿para qué me habré metido en este lío? Con el ensayo de la primera escena, las dudas se fueron. La obra era lo que yo había imaginado. Y no siempre pasa eso. El proceso fue absorbente. Y aunque las cosas iban bien, pasó de todo, un sofoco tras otro. Hubo un momento en que dije: cuando acabe esto voy a parar y no voy a dirigir teatro en un tiempo. No voy a dirigir a actores, quería decir. Curiosamente fue terminarlo y querer hacer teatro otra vez.

Así que por entonces nadie le daba importancia a esto del virus y, sobre todo, yo no se la daba. Ni ninguno de mis veintisiete actores, porque estábamos tan metidos que no podíamos pensar en ninguna otra cosa. El estreno era el jueves 12 de marzo, con lo que las semanas previas eso era todo en lo que yo pensaba: escenografía, iluminación, equipo técnico… Ahí todavía estábamos todos abrazándonos, dándonos besos. La sombra del gafe parecía haberse disipado. El martes en el ensayo técnico empecé a sentir que algo iba a pasar, que la cosa se había puesto seria. Como dije al principio, vivo sola. Mi hija vive en Madrid. Iba a venirse el fin de semana para ver la obra. Tenía entradas para el sábado. Cualquiera que haya estado en un ensayo técnico sabe el estrés y el desastre que supone. Es la primera vez que la obra se hace en el espacio teatral, la primera vez que los técnicos añaden luces, sonido. Había que ajustarlo todo, parar, seguir, volver a parar. Y yo, bolígrafo en mano, apuntando todo lo que había que solucionar para el ensayo general del día siguiente, que, como todo ensayo general, sale inexplicablemente bien. En una de esas del ensayo técnico, no sé ni cómo, miré el móvil. Ahí empezó la alarma. Mi hija es bastante independiente, pero de pronto había varios mensajes inquietantes y audios. No sé ni cómo, mientras el ensayo seguía, oí los audios. La situación en Madrid estaba complicada, habían cerrado escuelas y universidades, había rumores de confinamiento, iba a adelantar su venida. Así que el ensayo seguía y yo, la verdad, no podía poner toda la atención, y le escribía mientras que se viniera lo antes posible. Nosotros, los de Mulholland, todavía seguíamos dándonos abrazos. Algunos amigos me escribían preguntándome si íbamos a estrenar. Claro, por qué no íbamos a estrenar. No quería entender. A mi hija, a su padre, les conseguí nuevas entradas para el estreno. No sé, por si acaso. Algunas amigas me escribieron disculpando su asistencia, por motivos diversos. Me lo tomé muy a mal.

Estrenamos el jueves. Fue una representación muy especial porque ya todos los actores se daban cuenta, aunque nadie lo decía, de que no iba a haber más funciones, que viernes, sábado y domingo no podrían ya actuar. Al terminar nos despedimos. Dejaron sus cosas en los camerinos como diciendo «sí, sí, vamos a volver mañana», pero me decían «bueno, avísanos con lo que sea». Efectivamente, por la mañana me avisó la directora del centro de que no iba a haber más funciones, y esa tarde fuimos a recoger la escenografía, todo… Ahora estoy llorando no sé por qué, pero en el momento, con toda la pena que fue todo, como que no me importaba, porque la situación era tan extraña que mi problema era lo de menos. Como yo hay mucha gente a la que se le ha arruinado todo. Y al final es lo de menos, hay mucha gente que se ha muerto. El viernes, mientras desmontábamos la escenografía y recogíamos, yo aún no tenía miedo. No había tenido tiempo de pensar. El miedo fue viniendo después.

A partir de ahí, el confinamiento. Todos sabíamos que serían más de quince días, aunque tampoco imaginábamos todo el tiempo que estaríamos. Al principio fue muy extraño. Una pandemia, un confinamiento, algo que nunca habíamos vivido, algo histórico. A mí me encanta estar en mi casa, pero era extraño. Llevo cuatro años saliendo a las ocho de la mañana y regresando después de las diez de la noche. Al terminar la obra, iba a tener muchas horas libres cada tarde. Muchas veces, mientras iba en coche para la escuela, hacía mentalmente una lista de todas las cosas que iba a hacer entonces: ir a nadar casi a diario, apuntarme a yoga, visitar todos los museos y exposiciones… Ahora no podía hacer nada de eso. Bueno, estaba con mi hija. Creo que si hubiera estado sola, me habría vuelto un poco loca. Al principio, cuando todo era tan raro, me sentía mal por ella, me sentía algo culpable porque se había venido para ver mi obra y ya no había podido volver. Yo creía que a ella le estaba afectando mucho la cuarentena, pero que no lo quería decir para no preocuparme. A veces notaba que no estaba bien. Y también me daba cuenta de que era por mi culpa. Estoy siempre dando malas noticias, del tipo no sé cuántos muertos. Sí, al principio todo era raro, sorprendente, y luego dejó de serlo. Yo pensé primero que todo iba a cambiar muchísimo en mi vida. Había hecho una lista, otra, de cosas que iba a hacer cuando el confinamiento terminara: abrazar a todos mis amigos y conocidos cada vez que me cruzara con ellos —soy de muy pocos besos y abrazos—, apuntarme a un montón de cursos de teatro y cine, llenar mi casa de amigos, hacer una fiesta en mi casa post Mulholland, organizar una fiesta de Nochevieja, y mil cosas por el estilo. Entonces no sabíamos nada de la nueva normalidad, de las mascarillas y la distancia. Todo eso tendrá que esperar. ¿Ahora qué ilusión hay? Yo no quiero ni salir a la calle. Estoy muy asustada. Soy factor de riesgo. También creo que las relaciones van a cambiar. Ahora, cuando veo una película me dan ganas de decirles «Eeeeh, ¡separaos!». Pienso que se me va a quedar fobia social. Adiós a los abrazos. Y no sé si va a ser lo mismo incluso con vacuna, si estaremos pensando ya si habrá otro virus acechando. Al principio del confinamiento todo el mundo hablaba en las redes de cómo saldríamos de ésta siendo mejores personas. Yo no lo creía, y ya lo hemos visto. Cuando esto acabe vamos a volver a lo de antes. La importancia que damos a las cosas volverá al sitio de antes.

He pasado casi cuatro meses con mi hija, más tiempo juntas incluso que cuando era pequeña. Nos hemos reído mucho. Los vecinos nos han golpeado la pared por las noches, porque nos estábamos riendo a las dos de la mañana. Les hemos puesto nombre a algunas moscas y hemos descubierto que cada una tiene su personalidad. El tiempo era diferente. Una época rara. A veces me da hasta pena que no vaya a volver.

13
Ene
17

Cine y poesía: remando al viento

Se ha hablado mucho acerca de las relaciones entre cine y literatura («Cine y literatura: amistades peligrosas» se llamaba un curso al que asistí hace ya tiempo). Se ha hablado y se ha discutido, y casi siempre llegándose a la conclusión de que las adaptaciones cinematográficas son peores que las obras literarias. Casi siempre, porque ahí está El Sur, de Erice. O la a veces denostada El cielo protector de Bertolucci y que a mí me parece maravillosa, como la novela.

Y cómo no mencionar las diferentes versiones de una obra como Drácula de Bram Stoker, que ha dado lugar, a lo largo de los siglos, a películas muy diferentes que han ido adaptando el mito de Drácula a cada tiempo, a cada época, reflejando sus características esenciales. La novela de Stoker fue una fiel representante del Romanticismo: una historia arrebatada y trágica protagonizada por el héroe más marginal que podamos imaginar. Nosferatu, la película de Murnau de 1922, fue bandera del expresionismo alemán. En los 60 y 70, Christopher Lee encarnó a un vampiro terrorífico y erótico. Y en 1992 Coppola nos sorprendió con una historia de amor, un amor sin tiempo ni espacio, poético, eterno, inalcanzable… Coppola aportó un punto de vista muy personal a la novela y la convirtió en una obra de autor (ejemplo paradigmático de lo que debe ser una buena adaptación cinematográfica). No es, desde luego, una traslación fidedigna de la novela al cine, ya que la introducción de la película en la que se explica cómo se convirtió Drácula en un muerto viviente es una invención de Coppola: el conde, al regresar a su castillo tras una batalla, encuentra que su amada Elisabeta se ha suicidado creyendo que él había muerto; por ello reniega de Dios y acepta al Diablo. Una invención acertada por completo, ya que rescata del olvido una idea del Romanticismo que muy bien podría haber estado en la novela: el amor lejano e inaccesible. Novalis, uno de los genios románticos, se comprometió con una joven que murió a los quince años, pero él siguió amándola el resto de su vida; también Novalis escribió la historia del joven Heinrich, que busca una flor azul que un día vio en un sueño y que desde entonces siempre ha añorado. Coppola enlazó dos épocas, el Romanticismo y los 90, a través de un amor incansable, sostenido durante 400 años, y nos dio un nuevo tópico, el espíritu de los noventa: “El amor nunca muere”.

Pero no quería hablar aquí de cine y literatura, sino de cine y poesía, una relación que viene dando maravillosos y variados frutos, y algunos muy extraños, como veremos al final.

Hay películas que sólo existen porque existe un poema y surgieron todas ellas alrededor de él. Pienso, por ejemplo, en Esplendor en la hierba, que termina con esos versos de William Wordsworth que dan sentido a la tristeza que nos embarga: «Aunque ya nada pueda devolver / la hora del esplendor en la hierba, / de la gloria en las flores, / no hay que afligirse, / porque siempre la belleza subsiste / en el recuerdo».  O incluso una comedia como Cuatro bodas y un funeral sólo tiene sentido como marco del poema «Parad los relojes» de W. H. Auden. Y Remando al viento, de Gonzalo Suárez, que cuenta el proceso de creación de una de las grandes novelas románticas, Frankenstein, pero con un enfoque centrado en el trágico destino que tuvieron todos los personajes involucrados en la creación de un relato de terror. Y todo ello se entiende a partir de la afirmación de Lord Byron de que el mejor poema será «aquél que diese vida a la materia por la sola fuerza de la imaginación», y a partir del poema de Percy Shelly: «No despiertes a la serpiente, no sea que / ignore cuál es el camino a seguir». Mary Shelley se obsesionó con este poema de su marido tras escribir su Frankestein. Y a partir de ahí la desgracia la persiguió. Murieron sus dos hijos, murió ahogado su marido, murieron su hermana y su sobrina y amigos como Pollidori o Byron. Mary Shelley siempre creyó que había despertado a la serpiente.

Y cine y poesía son inseparables en películas muy distintas, como El lado oscuro del corazón y la magnífica El desencanto, y su segunda parte, Después de tantos años. Y la reciente Bright star.

Y hablar de cine y poesía se me ocurrió, curiosamente, depués de leer un poema de Lorca, «Niña ahogada en un pozo».

Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,

pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
Que no desemboca.

El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores.
¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las estrellas tiernas.

…que no desemboca.

Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,
lloras por las orillas de un ojo de caballo.
…que no desemboca.

Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias,
sin afilado límite, porvenir de diamante,
…que no desemboca.

Mientras la gente busca silencios de almohada
tú lates para siempre definida en tu anillo,
…que no desemboca.

Eterna en los finales de unas ondas que aceptan
combate de raíces y soledad prevista,
…que no desemboca.

¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!
¡Cada punto de luz te dará una cadena!
…que no desemboca.

Pero el pozo te alarga manecitas de musgo.
insospechada ondina de su casta ignorancia,

…que no desemboca.

No, que no desemboca. Agua fija en un punto,

respirando con todos sus violines sin cuerdas
en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.

¡Agua que no desemboca!

Y me acordé de una película que vi hace bastante, y que no tiene nada que ver con la poesía, o eso creía yo: The ring. Parece absurdo, pero el director (y a pesar de ser un remake) tuvo que haber leído este poema.  Ahí están el anillo, el círculo, el pozo, los caballos incluso, y la imprecación «¡Levántate del agua!».

28
Dic
16

Dennis Hopper

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Dennis Hopper me mira desde una pantalla gigante. Me hipnotiza desde el instante en que lo veo. Me mira directamente a los ojos, me sigue con gestos imperceptibles, aunque en realidad no me está viendo, porque Dennis Hopper está solo. Me recuerda a uno de los ejercicios de mis cursos de teatro, en los que tenías que ponerte frente al público, en el escenario, solo, sin hacer absolutamente nada, sola. Así está Dennis Hopper: está conmigo y al mismo tiempo está solo, estamos solos.

24
Mar
14

Contra el tiempo

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26
Feb
14

Qué soledad Capitán

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23
Feb
14

Corazón lleno de polvo

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31
Dic
13

31 de diciembre de 2013, desde mi ventana

31 de diciembre

28
Dic
13

Embrujo de Shanghai, embrujo de futuro

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Encuentras un libro olvidado, no sabes por qué, durante mucho tiempo en tu biblioteca. Un libro que tenías muchas ganas de leer, un libro con película que no quisiste ver hasta después de haberlo leído. «El embrujo de Shanghai», de Juan Marsé. Y es Navidad, y tienes tiempo de leer todas las mañanas en la cama al despertarte, mientras sientes el sol en tu cara.

Y abres el libro, por fin, y te encuentras, nada más abrirlo, con su frase introductoria, una cita de Luis García Montero:

«La verdadera nostalgia, la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. Yo siento con frecuencia la nostalgia del futuro, quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiesta cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio.»

Y sabes, entonces, que el libro será una maravilla. Y comienzas a leerlo embrujada ya por Shanghai, embrujada por el futuro que pudo ser.

14
Dic
13

¿Imaginaste esto alguna vez?

Imaginaste

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24
Ene
13

Comunidades de aprendizaje, un nuevo reto en el IES «Los Manantiales»

Una «Comunidad de Aprendizaje» es un proyecto de transformación social y cultural de un centro educativo y de su entorno, para la mejora de los resultados escolares y de la convivencia y para lograr el éxito educativo de todo su alumnado.
En el IES «Los Manantiales» hemos realizado este reportaje para explicar mejor en qué consiste.

16
Abr
12

Una imagen y mil palabras…

Últimamente me entretengo mucho con los poemas. Bueno, siempre me he entretenido con los poemas; lo que quería decir es que me gusta buscarles imágenes y ponerlos sobre ellas, o darles una tipografía especial, y que todo eso signifique algo nuevo. Aquí están…

27
Ene
12

Estatuas y actitudes

«Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino».

De Cortázar me enamoré primero por sus cuentos. Después vendría él, su vida, Rayuela… Cortázar se ha quedado siempre conmigo. Y, de sus cuentos, he leído muchas veces «Final del juego». Desde la primera lectura, quedé sugestionada: por la triste historia de Leticia; por la maravillosa -a mis ojos adoslencentes- y aventurera vida de esas tres hermanas; por el ansia de libertad que siempre aparecía entre líneas… Pero, sobre todo, quedé sugestionada por el «juego», por ese juego de «Estatuas  y actitudes» que tan bien podría yo misma haber inventado:

«Primero Leticia nos sorteaba. Usábamos piedritas escondidas en la mano, contar hasta veintiuno, cualquier sistema. Si usábamos el de contar hasta veintiuno, maginábamos dos o tres chicas más y las incluíamos en la cuenta para evitar trampas. Si una de ellas salía veintiuna, la sacábamos del grupo y sorteábamos de nuevo, hasta que nos tocaba a una de nosotras. Entonces Holanda y yo levantábamos la piedra y abríamos la caja de los ornamentos. Suponiendo que Holanda hubiese ganado, Leticia y yo escogíamos los ornamentos. El juego marcaba dos formas: estatuas y actitudes. Las actitudes no requerían ornamentos pero sí mucha expresividad, para la envidia mostrar los dientes, crispar las manos y arreglárselas de modo de tener un aire amarillo. Para la caridad el ideal era un rostro angélico, con los ojos vueltos al cielo, mientras las manos ofrecían algo —un trapo, una pelota, una rama de sauce—a un pobre huerfanito invisible. La vergüenza y el miedo eran fáciles de hacer; el rencor y los celos exigían estudios más detenidos. Los ornamentos se destinaban casi todos a las estatuas, donde reinaba una libertad absoluta. Para que una estatua resultara, había que pensar bien cada detalle de la indumentaria. El juego marcaba que la elegida no podía tomar parte en la selección; las dos restantes debatían el asunto y aplicaban luego los ornamentos. La elegida debía inventar su estatua aprovechando lo que le habían puesto, y el juego era así mucho más complicado y excitante porque a veces había alianzas contra, y la víctima se veía ataviada con ornamentos que no le iban para nada; de su viveza dependía entonces que inventara una buena estatua. Por lo general cuando el juego marcaba actitudes la elegida salía bien parada pero hubo veces en que las estatuas fueron fracasos horribles».

Cada vez que leía, que leo, casi al comienzo del relato, el fragmento con el que inicio esta entrada, era como si yo sintiera también ese viento empujándome hacia delante, hasta mi reino. Ese reino de estatuas y actitudes, ese reino que no era sino «una gran curva de las vías acababa su comba justo frente a los fondos de nuestra casa. No había más que el balasto, los durmientes y la doble vía». Ese reino era el teatro. Leticia, Holanda y la narradora sin nombre dejaban atrás su vida de fregar la loza y con sus estatuas y actitudes entraban en el maravilloso mundo del teatro, improvisado junto a las vías de un tren y no por ello menos marvilloso. Representaban cada tarde su función, una función que preparaban minuciosamente, y que el público sólo podía ver durante unos segundos, desde las ventanillas del tren al pasar. El teatro, efímero… Hasta que el teatro se mezcló con la vida.

Quizá por eso me gustó desde siempre tanto este cuento, ese juego, el juego de las estatuas y actitudes en el que yo hoy también participo, por fin…

Me acordé de este juego y de sus tres protagonistas hace unos días, al ver una imagen de la «Melancolía» de Durero, y su expresión concentrada. A Leticia, a Holanda, a mí, nos habría gustado representar esa actitud…

22
Ene
12

Los ángeles que quieren ver en color

«Poder ser malos alguna vez, enfrentarnos a todos los demonios de la tierra que se cruzan con las personas, pelearnos y echarlos».

Hacía sol esta tarde de domingo, aunque yo he preferido pasarla en blanco y negro viendo de nuevo El cielo sobre Berlín. Me acordé de ella ayer, mientras escuchaba a Hilario Camacho.

Así que hoy he vuelto a encontrarme con este Berlín gris y derruido a través de los ojos de dos ángeles que no quieren ser ángeles. Porque ángeles y humanos se confunden aquí y confunden sus aparentes distancias: ¿qué es apariencia y qué es realidad? El cielo y la tierra, nuestros sueños y nuestra realidad.

Todo es así desde el principio, desde esa bella imagen en la que vemos desvanecerse las alas del ángel protagonista, Bruno Ganz.

Los ángeles no quieren ser ángeles, seres condenados a la soledad y a la incomunicación. Los ángeles quieren tener fiebre, vivir ahora y no para siempre, adivinar algo y no saberlo todo, ser salvajes, enfrentarse a los demonios, ser malos alguna vez… Maravilloso el diálogo de los dos ángeles sentados en un coche.

Y luego, como un verdadero ángel, aparece la chica resplandeciente en su trapecio. La chica, que no es un ángel, pero que tiene alas, que desea «estar con los colores», que está sola y desolada como los ángeles… Y el ángel se enamora de ella y ya no quiere ser ángel más.

Desde pequeña, nunca entendí por qué cambiaban los títulos de las películas extranjeras por otros, normalmente estropeándolos, en vez de limitarse a traducirlos. No me gusta el título que le dieron en las versiones francesa e inglesa: Der himmel über Berlin pasó a ser Les ailes du désir y Wings of Desire. Aquí al menos triunfó el título alemán, El cielo sobre Berlín. Es mucho más poético e intemporal, y en él está Berlín como símbolo de las fronteras y la incomunicación.

Los ángeles no pueden cambiar el curso de las cosas. Los ángeles ven en blanco y negro, pero quieren ver en color. Los ángeles son seres pasivos, pero quieren sentir. Aunque sentir signifique quedarse solos, indefensos. Y por eso, porque las alas no tienen deseo, para sentir tienen que caer a la tierra. Como cae Bruno Ganz. Como cae la chica confundiendo de nuevo los papeles, rompiendo esas fronteras que nunca deberían existir. Como cayó Hilario Camacho. Los ángeles quieren morir, los ángeles quieren estar vivos.

21
Ene
12

Una pompa de jabón al viento («y los sueños sueños son»)

Amari yoki                                              Fue un primer sueño tan bueno,

hatsu yume uso to                               Dijeron

iware keri                                               Que me lo había inventado.

                                                                                                                   Takuchi

EL libro Soledades de Antonio Machado nos habla del paso del tiempo, los sueños, la juventud perdida, sus reacciones ante la naturaleza,  la muerte…; todo relacionado con el tópico del tempus irreparabile fugit. Me quedo con este poema y esa sensación que transmite maravillosamente, la que en contadas veces experimentamos algunas mañanas al despertar…

Desgarrada la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
…¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris!…
¡el agua en tus cabellos!…
Y todo en la memoria se perdía
como una pompa de jabón al viento.

Hilario Camacho le puso música, parecía que Machado lo había escrito para él…

09
Ene
12

Lo que queda de la Navidad

Hoy, 9 de enero, con la vuelta al trabajo, comienza el 2012. Atrás queda la Navidad. Y aquí quedarán reunidas, también, de esta navidad 2011, todas las maneras que he tenido este año de felicitarla.

La felicitación navideña del instituto:

Christmas 2011 IES Los Manantiales

La felicitación de la compañía Neuquen

La felicitación del año nuevo para los amigos:

En fin, «los restos de la Navidad».

08
Oct
11

«Manantiales de Solidaridad»

Nos hemos presentado a los «Premios IRENE: La paz empieza en casa», convocados por el Ministerio de Educación,  y en los que se premian experiencias educativas y trabajos innovadores que contribuyan a prevenir y erradicar las conductas violentas y a promover la igualdad y la cultura de la paz.

El proyecto, realizado por un equipo de profesores del IES «Los Manantiales» entre los que me incluyo, se denomina «Manantiales de Solidaridad» y engloba dos actividades que tienen como tema central la mujer: una, la puesta en marcha y representación de la obra teatral «Black & White»; la otra, un calendario. En ambas han participado todos los miembros de nuestra comunidad educativa: profesores, padres y madres, alumnos, conserjes, administrativos…

Aquí tenemos el vídeo de presentación del proyecto, realizado por nuestros artistas Paco Mohedano y Nico Martínez, y conducido maravillosamente por una de las actrices de «Black & White», la Pallarés, como todos la llamamos ya.

Ahora sólo toca esperar el fallo.

SE ACABÓ EL DISCURSO. ¡TODOS PREPARADOS PARA EL BAILE!

15
Ago
11

«Never let me go»

Ayer terminé de leer Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro. Pero todavía hoy no puedo pensar en nada más. No es como cuando ves una película, o lees un libro, y y te hinchas de llorar, pero al poco de levantarte del sillón o de la butaca, ya estás lejos de ello, en tu vida. A veces bastan unos minutos, a veces unas horas… Pero nada más.

Si consideramos que mis dos grandes pasiones, desde hace muchísimos años, son el cine y la literatura, y que, por tanto, habré visto muchas pelis y leído muchos libros, y entre ellos y ellas muchas maravillas), resulta que me doy cuenta de que muy pocas veces se siente un impacto tan grande, que te hace darle vueltas y más vueltas, sin solución, a tu lugar en el mundo. Y menos mal.

A pesar del título, no es una novela de amor. Y ya que hablamos del título, me gusta mucho más el original, Never let me go, «no me dejes ir». Es un pequeño matiz el que marca la diferencia: no me dejes ir, no me dejes ir… Pero dejamos ir cosas muy importantes, sin pensar que se van y se van, que nada va a volver, que ni siquiera hay tiempo para que vuelvan.

Lo siento, esta entrada no va a ser muy alegre. Y no puedo contar la novela, por supuesto. No quiero contar nada de ella. Sólo que está maravillosamente escrita, que es lo que sucede cuando una forma es la única que puede ir con un determinado contenido. Y que es muy triste, sobre todo por lo que no se cuenta, o por lo que está en el contenido pero no en la forma. Que el relato es frío y cruel, pero el frío está de esté lado. Y que sigue contigo cuando la has terminado, que seguirá siempre, porque yo puedo ser Kath, o Ruth, o incluso Tommy; porque vivimos, estudiamos mucho, intentamos hacer cosas maravillosas, luchamos, nos preocupamos, nos enfadamos, nos decimos adiós, nos enamoramos… ¿Nos rebelamos acaso nosotros (¿y de qué?) ?, ¿nos preguntamos para qué o por qué? ¿Qué nos queda de todo?

Y al terminar el libro, me he acordado de una película, basada en un relato de Annie Proulx -de nuevo cine y literatura-, que tuvo para mí el mismo efecto cuando la vi (y cuando leí el relato, después; y cuando lo he releído hoy):  Brokeback Mountain, de Ang Lee. La vi hace un par de años, estuve varias semanas trastornada, y aún siento lo mismo hoy cuando pienso en ella, en la triste y sin sentido historia de amor. Porque está sí es una historia de amor. Y es curioso que parezca que Nunca me abandones y Brokeback Mountain son completamente diferentes, y que, sin embargo, sean lo mismo, te digan lo mismo: el tiempo perdido, que nunca se va a recuperar; la vida tan corta, tan corta; el sinsentido de la vida y, aun así, el desperdiciarla; todo lo que pierdes en el camino y, aunque te das cuenta, dejas que se pierda… En Brokeback Mountain esto lo sufrimos con los personajes y su historia de amor, del amor que fue y del que no dejaron que fuera; en Nunca me abandones olvidamos el amor, aunque lo hay, y nos quedamos con la vida. En ambas, hay un objeto que acompaña a los protagonistas: las camisas con sangre en Brokeback Mountain y la cinta de música en Nunca me abandones (por cierto, ésta tiene también adaptación cinematográfica, aunque resulta decepcionante después de haber leído el libro. Sin embargo, merece la pena en ella ver la cinta de Judy Bridgewater, y oír la canción).  En ambas, están los recuerdos; en ambas hay un personaje solo, al final de su historia, solo y con sus recuerdos, sin más. Y sin otro sentido que el de seguir hasta el fin. Es curioso, también, como me parece que coinciden el final de la novela de Kazuo Ishiguro y el final del relato de Annie Proulx, porque no hay más final que el que hay: uno, un sueño; otro, una fantasía. Y los puedo poner aquí ambos sin desvelar nada a los lectores.

Brokeback Mountain (En terreno vedado): «Por aquella época Jack empezó a aparecérsele en sueños, Jack tal como lo había visto la primera vez, la cabeza cubierta de rizos, sonriente, los dientes saltones (…) Y a veces Ennis se despertaba apesadumbrado, y otras con la antigua sensación de dicha y liberación; la almohada estaba a veces húmeda, otras veces las sábanas. Había un espacio abierto entre lo que sabía y lo que trataba de creer, pero sobre eso no podía hacer nada, y cuando algo no tiene remedio, hay que fastidiarse».

Nunca me abandones: “La fantasía no pasó de ahí –no permití que fuera más lejos–, y aunque las lágrimas me caían por las mejillas, no estaba sollozando abiertamente ni había perdido el dominio de mí misma. Aguardé un poco, y volví al coche, y me alejé en él hacia dondequiera que me estuviera dirigiendo.”

Hacia dondequiera que me estuviera dirigiendo…  N E V E R   L E T   M E   G O .  .  .

01
Ago
11

«Making of Black & White», por Cristina Cortázar

27
Jul
11

«Black & White» de la compañía de teatro «Neuquen». El escenario quedó vacío

Sí. Brotó la compañía. Y nació «Black & White». La compañía ya tiene nombre: «Neuquen». El estreno fue el 18 de junio. Otras cuatro funciones después, y la grabación de la obra toda una tarde. Ahora es julio, estamos de descanso, pero nos falta el teatro, la compañía.

“Black & White”, en palabras de nuestro director, Pedro Castañeda, es la puesta en escena de una experiencia teatral, que, partiendo de lo que empezó como un seminario de dramatización y dinámica grupal, ha ido preparando, con actores y actrices noveles, una miscelánea de textos, bien diversos, cuyo denominador común es el difícil equilibrio de las relaciones humanas y, sobre todo, la discriminación que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia. A partir de textos originales de Maldiochi, Miralles y Jean Genet, hemos desarrollado un guión de seis actos cuyo hilo vertebrador es la incomunicación y las complejas relaciones de las personas. En un “crescendo” escénico, cada acto se va acercando a las tensiones humanas, desde la comicidad, la sátira, el humor negro, la ironía o el drama, hasta llegar al esbozo de un “teatro pánico”.

Si la metáfora que ondea sobre toda la obra es la irremediable soledad, el conflicto y el desequilibrio irreconciliable entre ideas, emociones, deseos y cuerpos, era necesario que la puesta en escena jugara, con sobriedad, con la oposición entre el blanco y el negro; con la tensión complementaria entre las luces y las sombras. Así, el fondo de la iconografía escénica es una alegoría al famoso arquetipo del Guernica. Esa pintura no sólo fue la exposición de los horrores de una guerra, sino también la exhibición de los complicados y profundos conflictos amorosos, percibidos por el inconsciente del autor.

Ese seminario de dramatización y dinámica grupal ha sido fundamental para todos nosotros. En él aprendimos a actuar, por supuesto (éramos mucho peores al principio), pero aprendimos muchas otras cosas: aprendimos a querernos, a nosotros y a los otros, con nuestros defectos y nuestras virtudes; aprendimos a llorar, y a llorar delante de los otros; aprendimos a dar cariño a los que lo necesitaban, y, sobre todo, a pedirlo y recibirlo cuando lo necesitábamos; aprendimos a no tener vergüenza, a ser felices… Y el director, mientras nos enseñaba todo esto, nos observaba, nos psicoanalizaba, y nos supo así dar a cada uno el papel con el que luego brillaríamos. Y nosotros confiamos en él, y nos alegramos ahora, porque cuando en marzo nos repartió los papeles, creo recordar que ninguno estaba contento, que todos protestábamos. Pero los papeles eran para cada uno de nosotros, y nosotros, con su ayuda, los hicimos nuestros. A Maribel, a Rosa y a mí nos entregó antes de Semana Blanca «Las criadas» de Jean Genet: «leéroslo», nos dijo sin más indicaciones. Nos lo leímos, sí, y volvimos al instituto confusas y protestando. ¿Cómo pudimos protestar de un texto que estaba escrito para nosotras, que nos uniría a las tres ya para siempre?

Los ensayos se multiplicaron hasta el día del estreno, y con él llegaron los aplausos, y las sorpresas al oír las risas del público donde nunca las pensamos, al sentir su emoción, al oír las ovaciones, las felicitaciones, al ver desde las bambalinas, día tras día, la sala llena y a todos los que iban entrando, compañeros, amigos, desconocidos, cámaras de televisión…

Y vinieron las críticas, incluso: «Un gran esfuerzo y un espléndido resultado. Bien el guión y los mensajes. Magnifica labor del director y de los actores que conseguís un equilibrio difícil incluso en compañías profesionales. La escenografía sencilla pero original y muy coordinada con cada pieza (Guernica). Enhorabuena a todos/as (Juan Tomás Luengo, «La Tribuna de Torremolinos»); «Una escenografía austera, simple pero esencial, en contraposición y al mismo tiempo perfecta simbiosis con lo que allí se representaría. El negro y el blanco, como reza el título, representan las posiciones antagónicas de la obra. Diferentes actos que tienen su punto de partida en el Paraíso, con unos Adán y Eva muy especiales que bordan un diálogo por momentos hilarantes pero que sirven de hilo conductor al resto de actos, en los que la comunicación y las complicadísimas relaciones personales conforman el eje esencial de esta idea. Con especial atención al papel femenino, siempre en una situación compleja que, según van sucediéndose los actos, alcanza la tragedia en el penúltimo acto. Pero también hay lugar para el humor y la ironía en este conjunto de escenas, todo ello perfectamente enmarcado con el trasfondo muy acertadamente escenificado en el cuadro del Guernica que, como bien saben, es una de las máximas expresiones pictóricas del drama humano. Excepcional el trabajo de los diez actores, de verdad, ya que se trata de personas que no se dedican a este complicado arte de actuar por lo que la dificultad es aún mayor. Les puedo asegurar que  lo que escenifican no es nada sencillo» (José Antonio Moreno Sánchez, «Black & White, de la compañía de teatro Neuquen»).

Llegó julio. El escenario quedó vacío. Pero no será por mucho tiempo. Como dice nuestro director, el año que viene será el año del crack. Mis compañeros se rieron cuando dije en el periódico que nos iríamos de gira. Pero inevitablemente nos vamos, y a partir de otoño llevaremos «Black & White» por teatros de Málaga y Andalucía. Y a la vez empezaremos el nuevo proyecto, que Pedro ya tiene en mente y en papel, y que será impresionante, pero del que todavía no adelanto nada. Y el evento «Farándula 2012», una semana dedicada a homenajear al mundo del teatro y del espectáculo, con «artistas invitados», que convertirá nuestro instituto en un festival de comediantes.

Porque nuestro escenario nunca estará vacío…

21
Mar
11

«y brotó la compañía»

«Pasan lentos los días / y muchas veces estuvimos solos. / Pero luego hay momentos felices / para dejarse ser en amistad. / Mirad: somos nosotros. / Un destino condujo diestramente / las horas, y brotó la compañía».

Ahora voy comprendiendo cada vez mejor por qué me gustó tanto, hace años, aquella película de Kenneth Branagh, En lo más crudo del crudo invierno. En ella, un actor en paro decide abordar el proyecto de su vida, el montaje de una representación teatral de su obra favorita, Hamlet. La película se centra en las tres semanas de preparación de la obra, las tres semanas de ensayo previas al estreno, y en ellas asistimos a sus dramas, a los problemas familiares que arrastran los personajes, y, sobre todo, a las relaciones de amistad que surgen entre ellos y que van creando un sentimiento de familia que impregna poco a poco a la compañía.

Em el IES «Los Manantiales» (siempre nuestro IES) también estamos montando una obra. No nos dirige un actor en paro (quizá sí un actor en abandono); nos dirige un profesor del centro… Bueno, el que pensábamos un profesor del centro, y que de repente, ya en el primer ensayo, se transformó ante nosotros en el director y actor profesional que siempre había sido, sin que ninguno nos hubiéramos dado cuenta.

Y lo que empezó como un juego, como una diversión, se convirtió, casi sin querer, en la vida.

El grupo lo formamos profesores y padres y madres de alumnos. Muchos, a pesar del día a día, casi desconocidos. Y sin embargo, semana tras semana, como los personajes de la película, hemos ido descubriendo bajo la mano maestra del director nuestros pequeños y grandes dramas. Y nos hemos cogido cariño, mucho. Y hemos recuperado a amigos perdidos por el trasiego de los días. Nuestro director lo ha conseguido, que seamos, por encima de todo, un grupo, una compañía; que nos unan la creación artística y la pasión por actuar, claro que sí, pero que sobre todo nos unan muchas otras cosas, en su mayoría intangibles.

Los otros, los que no están en el grupo nos miran quizás con recelo. No nos extrañamos. Debe de resultar muy raro vernos salir de un ensayo con los ojos hinchados y enrojecidos, sonándonos la nariz, con la cara pálida y descompuesta… Y felices. Y generalmente riendo y haciendo comentarios como «Nos hemos hartado de llorar. ¡Qué bien nos lo hemos pasado!». Y cuando, en medio de las clases o de las reuniones nos cruzamos por un pasillo, siempre llueven sonrisas tímidas, o besos, o miradas cómplices.

La realidad es que no nos apuntamos al teatro para esto, pero ahora no podríamos vivir sin esto. «Volver, pasados los años, hacia la felicidad», que dijo Gil de Biedma.

Y luego está la obra, que no es una obra al uso, es el montaje del director. Y viniendo de él, y de lo que está consiguiendo de nosotros, ya ninguno duda que va a ser un espectáculo impactante. Será a final de curso, y estamos dispuestos a irnos de gira, tras nuestro paso por el Salón de Actos del instituto.

Ya estamos pensando en nuestro próximo proyecto. Lo que está claro es que, como los personajes de la película de Kenneth Branagh, ya no somos los mismos.

12
Ene
11

¿Por un pasado que murió?

La Navidad, dos películas de un mismo director, separadas por años y argumentos, pero unidas, quizás…

Cuando vi El día de la bestia, de Álex de la Iglesia, me pareció, en primer lugar, que era una película que había que ver en Navidad, sin duda, y además en una tarde o noche de tormenta… Tormentosa y navideña era la noche en que la vi. Y antes de entrar al cine no pensaba que me iba a gustar, ni que me iba a gustar tanto. Quizá es que no hacía muchos años que había aprobado mis oposiciones y aún tenía en la cabeza uno de mis temas favoritos, el Quijote.

Y así, en cuanto el sacerdote protagonista (Álex Angulo) se une al heavy vendedor de discos (Santiago Segura), los vi allí inmediatamente: Don Quijote y Sancho Panza. Un don Quijote loco que cree haber encontrado el mensaje secreto del Apocalipsis, el nacimiento del Anticristo que él tiene que impedir a toda costa. Para desfacer tal entuerto, cometerá él otros muchos, y muchos y él mismo saldrán malparados. Pero don Quijote no sabía estar solo, y nuestro protagonista tampoco, así que tendremos a nuestro Sancha Panza, un personaje inocente que al principio reconoce, como todos los Sanchos, la locura de su señor, pero que acaba creyéndola sin condiciones. Y así la película avanza como avanza la novela de Cervantes, y aparecen personajes que no creen en él, pero le siguen la corriente, como el famoso, y falso, presentador de un programa de televisión de ciencias ocultas.

Don Quijote murió, y murió solo, porque no era capaz de vivir sin Sancho Panza, de vivir sin su delirio. Porque, antes, había perdido su maravillosa locura, y cuanto más cuerdo se volvía él, más convencido de sus fantasías estaba Sancho. A don Quijote ya sólo le quedaba morir, y es un final triste… Como triste es el final de El día de la bestia, cuando vemos a un incrédulo Quijote / Álex Angulo que ha perdido a su Sancho y a su fe, que se ha encontrado de lleno con la maldad humana, ese grupo extremista violento bajo el lema de «Limpia Madrid». Cuando todos deseamos que mejor que exista Satán… Pero no.

También me parece que Balada triste de trompeta es una película navideña, aunque no transcurra, como la otra, en Navidad. Puede que sea porque hace frío, y la protagonista tenga que cubrir su traje de artista con una gabardina mientras huye por las calles de Madrid; o puede que sea porque es 1973 y muchos de los recuerdos que tengo de aquel tiempo, como Raphael, son navideños; o por el circo, o por la guerra, o porque cuando terminó la película me dieron muchas ganas de aplaudir…

Pero es mucho más que una película navideña. Es, sobre todo, y aunque parezca el tema de fondo, una película sobre nuestro pasado, sobre la guerra civil. Es la mejor película sobre la guerra civil. Ya los títulos de crédito, que te dejan pegado a la butaca e inevitablemente hipnotizado, te ponen de repente frente a tu pasado, te llevan a tu infancia, a la España negra, en esa sucesión rapidísima de imágenes, algunas terroríficas, otras en apariencia pueriles, que descubrimos aún en nuestra memoria.

Y todo pasa en un circo, porque los circos siempre han sido tristes, siempre han dejado ver a través de ellos la miseria. Y, allí, en el circo, está España, la España de los payasos tristes, los vencidos, y la España de los payasos graciosos (y violentos), los vencedores. Allí está la transición. Allí está la venganza. Y allí hasta te explicas el atentado de Carrero Blanco. Y ahí te explicas también, aunque no aparezcan, los grupos extremistas del Madrid de El día de la bestia. Y por eso decía, al principio, que algo une a estas dos películas tan diferentes.

Me quedo con la interpretación de la canción, la «Balada triste de trompeta», que hace un Raphael disfrazado de payaso que define así toda una época. Al ver la película me acordé de otra, «La parada de los monstruos», pero ahora el horror no era algo lejano.

28
Dic
10

¿Qué recuerdas de tu Navidad?

Hace muchos años (no sé cuántos, pero deben ser muchos porque aún daba clases en COU en lugar de en 2º de Bachillerato) el periódico Sur de Málaga publicó un cuento de Ray Loriga, «Navidades Todoterreno». Entonces no existían los periódicos digitales, así que recorté el cuento (todavía andará por alguna carpeta), lo fotocopié, y se lo pasé a mis alumnos. Hice lo mismo durante muchas navidades, en esos últimos días de clase antes de las vacaciones: primero, leíamos el cuento y, luego, cada uno tenía que escribir una redacción sobre lo que recordaba de las Navidades de su infancia. Aquí está el cuento:

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«Navidades Todoterreno»

Ray Loriga

Las Navidades se parecen unas a otras como los batines que llevaban Marlon Brando y el amante de su difunta esposa en El último tango en París. Mi padre trataba de vender el coche, mi hermano llevaba dos meses sin salir de su habitación, mi hermana tenía un novio, no un novio normal, un novio imbécil, mi madre no quería que mi padre vendiera el coche porque sabía que después se compraría un coche más caro y no teníamos dinero para eso. No teníamos dinero para casi nada, en realidad. Mi padre había conocido a  un uruguayo en el centro comercial, el uruguayo traía coches de América y los vendía muy baratos, eso decía él y eso decía también mi padre, pero a mi madre no le parecían nada baratos. Eran coches grandes, con ruedas inmensas como esos todoterreno que salen en las películas. Mi padre llevaba una foto en la cartera. La sacaba y decía: éste es mi coche. Estaba más orgulloso del coche que no tenía que de todo lo demás. No llevaba fotos nuestras ni de mamá en la cartera, llevaba sólo la foto de ese gigantesco todoterreno americano. La sacaba todo el tiempo y decía: éste es mi coche.

A mí me parecía bien, lo de la foto digo, no veo por qué tiene uno que llevar fotos de su familia en la cartera. No me gusta la idea. Mi abuela decía que a menudo la gente se emociona más con las fotos de su familia que con su familia en persona. Mi abuela era muy lista pero ya se ha muerto. Da igual lo listo que uno sea porque al final te mueres y se acabó. Por eso me parecía bien que mi padre quisiera tener un coche tan grande porque uno se muere más contento si en esta vida ha conseguido algo de lo que quería.

A mi hermana le volvían loca los indios. Quería que un indio la raptase y la llevase muy lejos. Quería pescar salmones con lanza y cazar bisontes con un cuchillo y comer serpientes en rodajas y leer nubes de humo como quien lee el periódico. No tuvo suerte. En la lista de los diez hombres más grandes de todos los tiempos que escribió su novio aparecía tres veces el general Custer. El novio de mi hermana quería ser militar, estudiaba para militar, su padre era militar y el padre de su padre también, y el padre del padre de su padre. Sólo su familia había matado más gente que el cáncer de pulmón. Estaba muy orgulloso de ello. A mi madre no le gustaba nada el novio de mi hermana, pero le gustaba menos aún el futuro coche de mi padre.

Mi hermano seguía encerrado y hacía bien. Mi madre gritaba todo el tiempo y era mejor que no te pillase por el pasillo. Mi padre también quería gritar pero se quedaba afónico enseguida. Mi madre ha sido actriz y sabe cómo gritar sin destrozarse las cuerdas vocales. Ella lo llama proyectar la voz. Mi padre no sabe proyectar la voz y si grita un día tiene que quedarse callado los dos días siguientes. Se pasea por la casa como un fantasma con su foto metida en el bolsillo.

Así que hace frío y el novio de mi hermana dentro de nada tendrá su propia pistola y mi padre no consigue vender el coche viejo y mi madre cada día está más lejos de sus sueños, que no sabemos cuáles son porque ella no tiene foto y yo no acabo de entender por qué tener una familia es mejor que no tenerla.

Mi madre dice:

-Todos a la mesa.

Mi hermano sale de su cuarto, mi hermana y su novio, el asesino de indios, ayudan a traer desde la cocina un animal muerto del tamaño del portaviones Saratoga.  El Saratoga era ese que después del ataque a Pearl Harbour sólo podía navegar en círculos. Mi padre se sienta sin decir nada al extremo de la mesa. No está afónico. Hace un par de días que no grita, en realidad hace un par de días que no habla, ni enseña su foto, ni nada.  Nos zampamos el Saratoga y un montón de cosas más, todas muy ricas, que mi madre había preparado sin que nadie le echase una mano como pasa siempre con las madres que eran actrices o cualquier otra cosa y acaban cuidando de un montón de desagradecidos que o no salen de su cuarto o se casan con nazis o escriben cuentos muchos años más tarde ridiculizando a su propia familia. Después del postre bebimos champaña que en realidad era cava y luego mi madre le pidió a mi padre que dijera algo.

Mi padre se levantó y sacó la cartera.

– Hace tres días detuvieron a mi amigo el uruguayo por presunta estafa. Va a pasar las Navidades en la cárcel mientras preparan la deportación. No hay uruguayo, no hay coche. Espero que estéis todos contentos.

Entonces rompió la foto. La iba a romper en muchos trocitos pero se arrepintió y la rompió sólo en dos. Luego cogió los dos pedazos y se los volvió a guardar en la cartera. Se fue de la mesa, cogió su abrigo, salió a la calle y le vimos alejarse en su coche viejo.

A los veinte minutos ya estaba de vuelta.

Nosotros no estábamos nada contentos.

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Recuerdo lo que uno de esos años escribió una alumna extranjera: para ella la Navidad de su infancia estaba en su país de origen, muy al norte de Europa, y eran las flores de hielo que cada mañana, mágicamente, aparecían en los cristales de sus ventanas. De entonces me viene a mí la fascinación por las escarchas y los copos de nieve, una fascinación que más tarde encontré en Orhan Pamuk (hoy también lo recordé a él; ¿será por eso que escribo esta entrada?), aunque eso es otra historia.

Yo también, al leer el cuento, pensé en las Navidades de mi infancia… Para mí las Navidades eran el collar de perlas que se ponía mi madre cada Nochebuena, y el mantel bordado por ella para su ajuar que poníamos en la mesa; porque la Nochebuena siempre la pasábamos en nuestra casa, y allí acudían, según los años, mi abuela, mi tío Agustín o mi tía Eduarda. Eran el villancico de «Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad…» que pasábamos  todo el día 24 cantando hasta la hora de la cena. Y eran la serpentina y los confetis que tirábamos por todo el salón en Nochevieja después de las uvas, y cómo me maravillaba que mi madre nos dejara ese desorden sin que pareciera importarle nada. Eran los regalos que el día de Reyes encontrábamos inexplicablemente a los pies de nuestras camas, no bajo el árbol, como se dejan ahora. Eran los discos de villancicos que nos ponía mi padre, como éste de Rocío Dúrcal, y eran los adornos navideños, los mismos cada año, como los que vemos en la imagen… Y, curiosamente, todos esos recuerdos no están en la casa en la que viví desde los 6 años y en la que viven mis padres todavía, sino en la casa en la que vivimos antes…

Y tú, ¿qué recuerdas de tu Navidad?

24
Dic
10

Porque hoy es Nochebuena…

Feliz Navidad…

14
Dic
10

Feliz Navidad…

15
Nov
10

Espejo frente a espejo

Decía Stendhal que la literatura es un espejo que se pasea a lo largo del camino. También el cine. Y sucede  que en muchas ocasiones ambos epejos están frente a frente, y entonces se deencadena un juego de reflejos infinitos. Las relaciones entre el cine y la literatura son un tema apasionante. Hoy quiero hablar de su entremado,  de sus infinitos reflejos enredados.

Desde luego, nadie pone en duda la influencia de la literatura en el cine: son muchísimas las películas que han adaptado novelas, que se han basado de una manera u otra en un texto literario anterior. ¿Qué hubiera hecho, por ejemplo, el cine sin Shakespeare?

Pero no es sólo eso… También el cine influye en la literatura, y tenemos, así, escritores con un estilo que podemos llamar cinematográfico; que piensan, incluso, con la estructura cinematográfica.  Antonio Muñoz Molina es uno de ellos. Y hay películas, también, que no existirían sin determinadas novelas, aunque no sean adaptaciones. Estoy pensando en Apocalypse Now, la versión apocalíptica de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Y, qué curioso, en este laberinto de reflejos ha aparecido ahora El sueño del celta, la última novela de Vargas Llosa.

Empieza a haber novelas que provienen del cine, incluso obras literarias que dan origen a peículas que dan origen a novelas… Los espejos. Ahí tenemos, por ejemplo, el curioso caso de Extramuros, la novela de Jesús Fernández Santos, que no fue concebida originariamente como una novela sino como un guión para una posible película que nunca llegó a hacerse; luego, el autor la convirtió en novela, y, años más tarde, Miguel Picazo llevaría a la pantalla la novela partiendo de un guión que nada tenía que ver con el primero, el  reflejo inicial de una serie que empezó y acabó en el cine.

Se preguntaba José Luis Borau dónde nacen las imágenes creativas de quienes crean una ficción. Para Borau, los escritores no saben que muchas cosas las aprendieron en el cine.

Los dos espejos, el literario y el cinematográfico van uno enfrente de otro, las imágenes se condicionan unas a otras, se reproducen unas a otras. Hay contagios insospechados entre el cine y la literatura.

¿Cuál es el origen de nuestra creatividad hoy en día? No existe la pureza creativa, todo se va creando de manera misteriosa gracias a lo vivido, lo leído, lo visto en el cine.

Y todas estas reflexiones me vinieron porque pensé en El halcón maltés, la película de John Huston basada en la novela de Dashiell Hammett. Al final de la película, un personaje pregunta de qué está hecha la estatuilla del halcón, que todos creían de oro y piedras preciosas, y Bogart responde: «Del material con que se hacen los sueños». Curiosamente, esa frase alrededor de la cual parece haberse creado la película era de una obra de Shakespeare.

03
Nov
10

«…con quien tanto quería»

Ahora que celebramos el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, me he acordado de su elegía. La elegía es un poema escrito a la muerte de alguien concreto y, al mismo tiempo, una reflexión genérica sobre el fenómeno de la muerte.

Uno de los temas literarios que más me gusta explicar es el de la elegía. El tema viene siempre de la mano de Jorge Manrique y sus Coplas a la muerte de su padre. A partir de las maravillosas coplas y su anuncio de unos nuevos tiempos y del fin de una Edad Media que no volverá, vienen otras elegías famosas, que nos llevan de un salto del siglo XV al siglo XX.

Y así, el «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el poema que Lorca escribió en 1936 dedicado al torero IgnacIo Sánchez Mejías, muerto a consecuencia de una cornada recibida en !a plaza de Manzanares el 11 de agosto de 1934. Su muerte causó honda impresión en el grupo de poetas del 27, con los que el torero mantenía una estrecha amistad. Habían pasado dos años de su muerte, y parece, por el grito desgarrado de Lorca, que acabara de suceder…

¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
 

Un poco antes, a Miguel Hernández le sorprendió en Madrid la muerte de su amigo Ramón Sijé, sin tiempo para la reconciliación entre ambos. ¡Qué terrible! Y Miguel nos dejó su impresionante elegía. Todavía recuerdo la primera vez que la oí, en el colegio, recitada y cantada por Jarcha…

La muerte de Lorca inspiró a Cernuda también una bella elegía («Por esto te mataron, porque eras / Verdor en nuestra tierra árida / Y azul en nuestro oscuro aire»), y la de Miguel Hernández inspiró a Neruda amargos versos.

Y luego, no hay que quedarse en las elegías, sino seguir a la literatura por sus caminos, y encontrar así, oh sorpresa, que la idea de Jorge Manrique sobre la muerte, la misma idea, fundamenta toda una obra como En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Al principio, para Proust «es trabajo perdido el querer evocar» el pasado. El episodio de la magdalena se lo trae de repente, el azar… Y entonces se lanza a su búsqueda: ese tiempo perdido será finalmente un «tiempo recobrado», y  es ese tiempo pasado que siempre fue mejor.

«Y del azar depende -decía Proust- que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca». Y, de este modo, Manrique y Proust vuelven a aparecer juntos, muchos años después, en la novela de Paul Bowles, El cielo protector, en ese idea que el protagonista de la novela tenía sobre la muerte, expuesta en un párrafo mágico de la obra que nunca me canso de citar:

“La muerte está siempre en camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llega parece suprimir la finitud de la vida. Lo que tanto odiamos es esa precisión terrible. Pero como no sabemos, llegamos a pensar que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo, todas las cosas ocurren sólo un cierto número de veces, en realidad muy pocas. ¿Cuántas veces recordarás cierta tarde de tu infancia, una tarde que es parte tan entrañable de tu ser que no puedes concebir siquiera tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces más. Quizá ni eso. ¿Cuántas veces más mirarás salir la luna llena? Quizá veinte. Y, sin embargo, todo parece ilimitado.”

Hasta aquí nos llevaron las elegías, de momento. Elegías como las de Jorge Manrique, Miguel Hernández y Federico García Lorca. Las tres tienen mucho en común: el anuncio de la muerte, la lamentación, el elogio del difunto, y la consolación, ya sea teológica o poética («y recuerdo una brisa triste por los olivos»). Pero siempre he pensado que tenían algo más en común: el destino trágico de los tres poetas que las escribieron.

25
Oct
10

Black Mountain College, perdido entre las colinas…

El Black Mountain College fue algo así como el equivalente norteamericano de nuestra Residencia de Estudiantes. Así, los estudiantes y profesores del Black Mountain son fundamentales en la estética y la poética de los años cincuenta y setenta: Charles Olson, Robert Duncan, Edward Dorn, Merce Cunningham… La lista es interminable… Y la historia del college, apasionante. El Black Mountain College, perdido entre las colinas, fue el centro de todo.

Como cuenta su primer rector, John Rice (que había sido despedido de la Rollins University en 1933 por la radicalidad de sus opiniones), el objetivo fundamental era enseñar el método y no el contenido; hacer que el estudiante advirtiera que el modo de enfrentarse a los hechos es más importante que los propios hechos, pues los hechos cambian, pero el método permanece inalterable.

En el Black Mountain College no había decanos ni administradores. Existía un auténtico gobierno estudiantil con igual categoría a la de los miembros del profesorado y el rector. Y todas las decisiones se tomaban en discusión con los estudiantes.

El negocio

Estar enamorado es como salir

afuera para ver qué tal día

hace. No creas

que me equivoco. S tú la amas

¿cómo pruebas que ella

ama también, a menos que eso

ocurra, una posibilidad remota

de la cual dependes

tú? Con todo, el regateo era

para  los indios una forma de

vida.

Existen antecedentes.

Robert Creeley

Rice quería que el estudio y la vida estuvieran entrelazados. El logotipo subraya esa unión: un anillo dentro de otro anillo. Por eso, profesorado y alumnado viven, aprenden, enseñan y disfrutan de su tiempo libre en un mismo espacio, similar a un hotel. Todos comen en una sala común, y realizan las tareas de modo voluntario. De este modo, los alumnos sienten que constituyen un elemento tan importante como el rector o el resto de los miembros. Las normas se reducen al mínimo.

La regla para los que enseñaban allí era ser como un artista del mundo de la enseñanza, ser alguien creativo y productivo, aprovechando todo cuanto recorre su órbita. Penetrar en el pasado y sentir mentalmente la ruta que conduce al futuro. Tampoco existían cursos obligatorios. Los alumnos que querían graduarse tenían que hacer dos exámenes durante su estancia allí. Las preguntas pretendían siempre desafiar la capacidad imaginativa e intelectual de los estudiantes. El cómo obtener los conocimientos necesarios era responsabilidad de ellos: podían trabajar por su cuenta con la ayuda de un tutor o asistir a las clases. El teatro, la música y las bellas artes eran parte integral de la vida del college, convencidos de que, a través de alguna forma de experiencia artística, el alumno puede alcanzar la certeza del orden del mundo. Y el college se atrajo artistas creadores, como invitados y como profesores. La afluencia de visitantes era interminable. Aunque, como dijo Henry Miller, «eran los alumnos, y no los maestros, quienes resultaban interesantes».

La polémica estaba servida. A los padres no les convencía, ya que era un college caro y no estaba homologado. Y pronto tuvo fama de ser un refugio de «rojos».

Charles Olson, su último rector, reflexionaba en una entrevista una vez que el college llegó a su fin: «¡quién diablos iba a ir a Black Mountain salvo algunas personas como, ya sabes como dicen, raras o chifladas o potencialmente intensas! En fin, que con la oferta de posibilidades educativas que hay en Norteamérica, quién iba a querer ir a Black Mountain desde el principio, ¿entiendes?».

Sí, yo…

21
Oct
10

Septiembre en Sevilla

Decía Borges que sólo hay una cosa que no hay, el olvido.  Yo, desde luego, no he olvidado aquel septiembre en Sevilla en que vi a Borges. Creo que ninguno de los que estuvimos allí.

Hay momentos en la vida que son mágicos (hasta el aire parece especial), e incluso cuando los estás viviendo te das cuenta de que lo son… Y ni siquiera sabes muy bien por qué.  Fue en septiembre de 1984, en Sevilla.

Era la primera beca que me daban, una beca de la UIMP, que entonces siempre hacía sus cursos en Santander, pero que para éste eligió Sevilla, seguramente por Jacobo Siruela, Jesús Quintero o Carmen Romero, pero también por Borges, para quien «El sur» era «acaso mi mejor cuento» (era el sur de Buenos Aires, pero todos sabemos que el sur está en muchos lugares).

Y la beca era para el curso «Literatura Fantástica». Gracias al cartel recuperado, podemos saber hoy las fechas exactas: del 24 al 28 de septiembre. Fueron sólo cinco días. Y yo tenía 22 años. Iba a empezar 5º de Filología Hispánica. Esperaba mucho de esos cinco días en Sevilla. Y aunque muchas veces pasa que esperas tanto de algo que acaba desilusionándote, aquí, allí, no fue así.

¿Qué pasó en Sevilla? Por supuesto, los ponentes: Torrente Ballester, Italo Calvino, y Borges… Admiraba  a Torrente por Los gozos y las sombras, por La saga/fuga de J.B. Allí, en Sevilla, se reveló un conferenciante interesantísimo y ameno (ya decía el ABC en su reseña que no necesitó la ayuda de cuartillas), y, sobre todo, un hombre cariñoso, cercano, gracioso, y hasta seductor. Yo llevaba mi ejemplar, que tenía desde COU, de La saga/fuga, y me acerqué a él para que me lo firmara. Fue una dedicatoria muy buena que ha quedado perdida en un libro prestado y no devuelto, y que decía algo así como que «para que por las noches no piense en el protagonista del libro, sino, más bien, que piense en su autor». De Italo Calvino apenas si tengo recuerdos, era un hombre serio, quizá frío…

Y Borges… El tiempo se detuvo cuando, en el primer día del curso, las más de cuatrocientas personas que lo esperábamos (sentados, de pie, en el suelo) lo vimos llegar, y avanzar con ayuda, torpemente, en medio de las aclamaciones… Y luego, el silencio, y su voz… Borges nos hablaba mientras nos miraba sin vernos, casi dos horas de revelaciones, evocaciones, recomendaciones literarias, verdades… Y eso que para él «La literatura no consta de palabras. Todo se expresa a pesar de las palabras». Borges se expresó con palabras, y sin ellas, como en la magnífica foto que le hicieron con Torrente Ballester y que sirvió de cartel para los cursos del año siguiente. Cuenta Rafael Suárez Plácido en su blog que fue tomada en un descanso y que Calvino no estaba porque se había ido apresuradamente al hospital o al entierro de Paquirri. Porque en medio del curso también estuvo la muerte de Paquirri, que conmocionó Sevilla aquellos días.

Y a pesar del principio con Borges, cada mañana, cada tarde, cada noche, el curso nos sorprendía con alguna maravilla. Del Hospital de los Venerables, donde tenían lugar las conferencias y mesas redondas, corríamos al cine, donde nos tenían preparadas proyecciones de películas que vi allí por primera vez: Metrópolis (tras una charla del arquitecto Juan Antonio Ramírez sobre ciudades fantásticas), La parada de los monstruos y el Nosferatu de Murnau. Y de allí nos llevaban a un concierto de guitarra, porque coincidimos con la Bienal de Flamenco, también. Y también atravesamos el Parque de María Luisa de noche para acudir al Teatro Lope de Vega, donde nos esperaba una representación de los sonetos y canciones de Shakespeare a cargo de Agustín García Calvo, «Amor contra el tiempo», qué título… Y el director del curso, Jacobo Fitz-James Stuar, y los ponentes (además de los mencionados, también Luis Alberto de Cuenca, Carlos García Gual, Miguel García Posada y su homenaje a Cernuda) compartían con nosotros comidas y paseos, algunos residencia. Y Jesús Quintero del brazo de Carmen Romero. Y las chicas que en una semana nos hicimos amigas a muerte, aunque sabíamos que nunca volveríamos a reunirnos. Y los fotógrafos oficiales que me eligieron para un reportaje sobre el curso y me seguían a todas partes. Y el reportaje que nunca se publicó por la muerte de Paquirri. Y Sevilla de noche. Y la muerte de Paquirri.

06
Oct
10

«Está lloviendo, quieres dar un paseo»

Cuando tenía 15 años,  salí con un chico por primera vez. Mis compañeras de clase habían salido ya con muchos, y yo me sentía bastante acomplejada. Pero mis compañeras tenían una gran facilidad para enamorarse, de la que yo carecía. Finalmente me enamoré, un amor de 15 años… Y, como tal, me duró sólo unos meses, supongo que el tiempo en que empecé a crecer, a cambiar y a estropearme. Y una tarde de otoño le dije que ya no lo quería  mientras me acompañaba a casa, y esa tarde llovía… Han pasado muchísimos años, pero nunca he olvidado que esa tarde llovía.

Tampoco he olvidado lo mal que me sentí. Creo que estaba en 2º de B.U.P., y a la profesora de Literatura (¡qué bueno era el libro de Literatura de 2º de B.U.P. de Anaya!) se le ocurrió mandarnos una redacción con el título «Una experiencia inolvidable». Y, claro, ¿qué experiencia inolvidable iba a contar yo si ésa era la única que había tenido? No sé qué habrá sido de la redacción (mi madre, con su afán de tirarlo todo, seguramente contribuiría a su desaparición), pero todavía recuerdo muchas de sus frases. Recuerdo que contaba cómo hicimos casi todo el camino a casa sin hablar, hasta que me preguntó y yo le contesté… Recuerdo que contaba cómo nos iba mojando la lluvia al caminar, y no nos importaba… Recuerdo que contaba cómo una lágrima se deslizó por mi cara mezclándose con la lluvia… Y recuerdo sobre todo el final, en el que pedía a los dioses un castigo por mi maldad: «…y quisiera llorar, y gritar, y desesperarme, y que ya nadie me escuche». Yo pensaba que la redacción era bastante mala, pero al terminar de leerla en clase, todas mis compañeras estaban llorando.

Y los que sí me escucharon fueron los dioses, que desde entonces se han dedicado a maltratarme.

El protagonista de la historia mandó a un amigo a esperarme al colegio a los pocos días. Me traía un disco de su parte: «Tú, siempre tú», de Franco Simone («Está lloviendo, quieres dar un paseo…»). Y a los pocos días, también, me enteré de que ya salía con otra chica.

04
Oct
10

Mi padre

Antes, cuando daba clase de Medios de Comunicación con mis alumnos de Los Manantiales, hacíamos cortometrajes, mediometrajes, montajes y documentales… Y lo echo de menos. Un domingo por la tarde, no hace mucho, vi un documental: «Jaime Gil de Biedma, retrato de un poeta». El documental me venía recomendado, y quizá por eso, además de por Gil de Biedma, me gustó tanto. Como buen documental de un poeta tenía poesía, música, paisajes, entrevistas, amistad.  Y sentí nostalgia de mis documentales recientes y de los largos y más remotos trabajos sobre poetas (Hinojosa, Rodríguez-Spiteri…) que hacía durante mis años universitarios. Y supe que tenía que hacer un documental, un documental sobre un poeta. Empecé a pensar en quién sería el poeta elegido; y pensé en Spiteri, que tan cariñoso me recibió en su casa de El Escorial; y pensé en Pessoa, en Whitman, en Kavafis…

Y pensé en mi padre. Porque mi padre es poeta. Mi padre tiene 86 años y es poeta. Mi padre trabajó toda su vida. Mi padre es incapaz de estar quieto. Así que cuando le tocó jubilarse, anticipadamente, no le vino muy bien. Lo vi triste como no lo había visto nunca. Y me acordé de su cuento, de un cuento que había escrito en su juventud y por el que le habían dado un premio: «Extraña felicidad».  Y le hablé de escribir de nuevo, ahora que tenía tanto tiempo.

Han pasado muchos años desde aquel día. Ahora mi padre, Joaquín Fernández González, tiene 18 libros de poesía publicados, y un montón de premios. Hace unos 15 años lo llevé al instituto en que yo estaba entonces a hablarle a los alumnos de poesía, y enamoró a todas las chicas. Hoy lo haría igual, a sus 86 años.  Mi padre escribe sonetos, poesía mística, pero yo siempre me quedo con sus poemas de amor…  Sus poemas que me hablan de otro padre, de otra vida: «De pronto pensé en ti y sin saberlo, / en un instante me envolvió tu hechizo, / y te tuve tan dentro, / fue tan real mi dicha, / que olvidé que no estás. / Y todo fue una tarde / en la mágica hora, / en que al sol lo adormecen las estrellas».

Hoy, en el blog que tiene mi padre, he visto su poema «Otoño», dedicado «a aquellos que alguna vez hayan pasado un triste otoño»:

«Se tuvo que marchar aquel verano;
se terminó el amor sobre la arena
y el sonreír con aires de verbena;
nunca más fuimos juntos de la mano.

Lloroso añoraré mi amor lejano
que al dolor para siempre me encadena;
aquella fue mi cruz y mi condena.
Le supliqué al destino; todo en vano.

Los hados, los azares, ¿qué me dieron?
Tus labios que besaban, ¿qué supieron
de que me haría sufrir tanta dulzura?

¿Y qué hace aquí, rondando por la vida,
un corazón que sangra por su herida?
¿Convertir cielo azul en noche oscura?»

Aunque somos muy distintos, mi padre y yo nos parecemos… Y él también habrá pasado tristes otoños, sin yo saberlo. Pero seguro que pasaremos un buen invierno, los dos, cuando en Navidad, con más tiempo, empiece el documental.




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